Por Martha Castellanos
Vicerrectora Académica de Areandina
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Luego de siglos de marginación del conocimiento y seguimiento a las doctrinas monárquicas y a los dogmas de fe, el hombre logró en el Renacimiento una conquista que marcaría su destino para siempre, el alcanzar el significado de la condición humana desde el estudio de los clásicos, desde el reconocimiento de su capacidad de crear, de explorar, de comprender el papel de su razón, en suma, el hombre desarrolló una corriente intelectual conocida como humanismo.
Hoy, varios siglos después, la humanidad se encuentra frente a una situación similar, pero ahora representada por la tecnología, dado que ésta se encuentra presente en todas las industrias y su expansión es cada vez más rápida, influyendo en la mayoría de las interacciones cotidianas del humano, lo que demanda una mirada crítica sobre su uso que lo fortalezca en vez de minarlo, como lo plantea el humanismo digital. Para ello, es clave recordar que la tecnología le ha permitido a la humanidad avanzar en su desarrollo, convirtiendo las tareas difíciles en sencillas. Como diría Marshall McLuhan, el hombre crea las herramientas y luego ellas lo forman, lo cual aplica desde el uso de lanzas para cazar en la prehistoria, hasta la automatización en la cuarta revolución industrial.
Sin embargo, existe la posibilidad de que se genere un efecto adverso de la tecnología cuando deja de ser empleada como una herramienta y en cambio el hombre es manejado por ella. Precisamente en un estudio realizado por Van Deursen y Van Dijk se encuentra que las personas con menor nivel educativo dedican una gran parte de su tiempo en Internet a consultar las redes sociales y a realizar otras actividades improductivas que pueden sesgar su comportamiento, en cambio, las de mayor nivel educativo lo utilizan para aprender, relacionarse con personas clave para su crecimiento personal y profesional y buscar mejores oportunidades económicas. Lo anterior, demuestra que el acceso a la tecnología puede aumentar las brechas socioeconómicas si se hace un uso inadecuado de la misma.
La gran mayoría de personas desconocen que los datos que suministran día a día por su interacción en Internet alimentan los algoritmos de inteligencia artificial, luego éstos cuentan con más información para hacer predicciones y generar tendencias que inciden en el humano y en su relacionamiento con el entorno. Los datos proporcionados a la inteligencia artificial llevan a que muchas veces ésta tome decisiones por los humanos, influyendo significativamente en su interacción con el sistema financiero, el de salud, el comercial, entre otros.
Tal es el caso de los llamados algoritmos de caja de negra que han demostrado que, si bien se conocen las bases de datos que los alimentan, dados los sesgos inconscientes de sus programadores y de la frecuencia de ocurrencia de algunos datos, el resultado de su procesamiento es impredecible, incluso para sus mismos creadores. Grandes empresas de tecnología han puesto en funcionamiento algoritmos que han demostrado tendencias xenofóbicas, racistas, misóginas e incluso, extremistas, como Tay en 2016. Así mismo, algunos sistemas de reconocimiento facial no identifican a las personas que pertenecen a minorías étnicas y/o a las mujeres y a veces, llegan a clasificarlas como personas peligrosas o a excluirlas del sistema.
Por ello, el hombre debe ser consciente de que vive en un mundo en el cual la automatización cada vez cubre más espacios y que además de amenazarlo con reemplazarlo en ciertos trabajos, podrá tomar el control de su entorno y por ende de su vida sino utiliza la tecnología de forma inteligente, como herramienta que lo robustece. Para ello, es necesario avanzar hacia el desarrollo del humanismo digital, el cual ubica al ser humano en el centro de cualquier avance tecnológico y a la vez, impulsa su conocimiento frente a las oportunidades y complejidades de la tecnología y su entrenamiento para aprovecharla, como lo resalta el Manifiesto de Viena de 2019.
Para ello, es necesario que los gobiernos de aquellos países en los que se diseñan algoritmos de inteligencia artificial promuevan la diversidad racial, de género, de región, de generación, de cultura de los equipos de investigadores y desarrolladores, así como su multidisciplinariedad, para garantizar la inclusión en los sistemas, reduciendo la pobreza, el hambre y las enfermedades y se fomente un mejor vivir para toda la humanidad.
Así mismo, se requiere formar humanistas digitales desde casa, en los colegios y universidades, fortaleciendo sus principios éticos y exponiéndolos a debates éticos morales que tendrán que enfrentar en un mundo digital, a la vez que se priorice el pensamiento crítico, el debate, el respeto por el otro, la convivencia, la creatividad, la innovación y la resolución de problemas. Para ello, en las instituciones de educación superior es pertinente generar una transición del currículo hacia el desarrollo de competencias, incluyendo como una de ellas, el humanismo digital, el cual debe plantearse no sólo transversalmente sino también disciplinariamente, formando profesionales conscientes del poder de la tecnología en sus campos de trabajo y la manera en que ésta puede colaborar a potenciar el desarrollo humano.
Lo anterior, junto con la orientación de los padres de familia y docentes hacia un uso responsable de la tecnología, evitándola en edades tempranas y fomentándola en niños y adolescentes hacia el descubrir, explorar, leer, crear, investigar, aprender, puede desembocar en que el humanismo digital se convierta entonces en un camino hacia la nueva conquista del hombre.
A esta conquista se está aportando desde el Observatorio de Humanismo Digital y los Foros de Humanismo Digital creados por la Fundación Universitaria del Área Andina en Colombia, investigando y analizando las diferentes maneras en que los humanos deben convivir con la tecnología y aprovecharla para lograr el cierre de brechas socioeconómicas y la sostenibilidad del planeta.